VoltaireNo estoy de acuerdo con lo que dices, pero defenderé con mi vida tu derecho a expresarlo.

Voltaire



Miedo a las nuevas ideas?
No, a mí lo que realmente me horrorizan son las viejas ideas





sábado, 15 de mayo de 2010

LA INCULTURA QUE NOS HACE TERGIVERSAR LOS CONCEPTOS


 UN FACHA DE SIETE AÑOS
  por Arturo Pérez-Reverte
  EL SEMANAL,
 
  Me interpela un lector algo –o muy– dolido porque de vez en cuando aludo a
  España como este país de mierda. El citado lector, que sin duda tiene un
  sentimiento patriótico susceptible y no mucha agudeza leyendo entre líneas,
  pero está en su derecho, considera que me paso varios pueblos y una
  gasolinera. Le extraña, por otra parte, y me lo comunica con acidez, que
  alguien que, como el arriba firmante, ha escrito algunas novelas con
  trasfondo histórico, y que además parece complacerse en recuperar episodios
  olvidados de nuestra Historia en esta misma página, sea tan brutal a la
  hora de referirse a la tierra y a los individuos que de una u otra forma,
  le gusten o no, son su patria y sus compatriotas.
 
  La verdad es que podría, perfectamente, escaquearme diciendo que cada cual
  tiene perfecto derecho a hablar con dureza de aquello que ama, precisamente
  porque lo ama. Y cuando abro un libro de Historia y observo ciertos atroces
  paralelismos con la España de hoy, o con la de siempre, y comprendo mejor
  lo que fuimos y lo que somos, me duelen las asaduras. Aunque, la verdad, ya
  ni siquiera duelen Al menos no como antes, cuando creía que la estupidez,
  la incultura, la insolidaridad, la ancestral mala baba que nos gastamos
  aquí, tenían arreglo.
 
  La edad y las canas ponen las cosas en su sitio: ahora sé que esto no lo
  arregla nadie.
 
  España es uno de los países más afortunados del mundo, y al mismo tiempo el
  más estúpido. Aquí vivimos como en ningún otro lugar de Europa, y la prueba
  es que los guiris saben dónde calentarse los huesos. Lo tenemos todo, pero
  nos gusta reventarlo. Hablo de ustedes y de mí. Nuestra envilecida y
  analfabeta clase política, nuestros caciques territoriales, nuestros
  obispos siniestros, nuestra infame educación, nuestras ministras idiotas
  del miembro y de la miembra, son reflejo de la sociedad que los elige, los
  aplaude, los disfruta y los soporta. Y parece mentira.
 
  ¡Con la de gente que hemos fusilado aquí a lo largo de nuestra historia, y
  siempre fue a la gente equivocada! A los infelices pillados en medio. Quizá
  porque quienes fusilan, da igual en qué bando estén, siempre son los
  mismos.
 
  Pero me estoy metiendo en jardines complejos, oigan. El que quiera tener su
  opinión sobre todo eso, acertada o no, pero suya y no de otros, que lea y
  mire. Y si no, que se conforme con Operación Triunfo, con Corazón Rosa o
  con Operación Top Model, o como se llamen, y le vayan dando.
 
  Cada cual tiene lo que, en fin, etcétera. Ya saben. Por mi parte, como
  todavía me permiten y pagan este folio y medio de terapia personal cada
  semana –es higiénico poder morir matando–, me reafirmo un día más en lo de país de mierda.
  Y lo voy a justificar hoy, miren por donde, con una bonita anésdota
  anesdótica. Una de tantas. 

 
 Verán. Un niño de siete años, sobrino de un amigo mío, observando hace poco  
 que varios de sus amigos llevaban camisetas de manga corta con banderas de
 varios países, la norteamericana y la de Brasil entre ellas –algo que por> lo visto está de moda–, le pidió al tío     de  regalo una camiseta con la  bandera española. «Van a flipar mis amigos, tito», dijo el infeliz del  crío.
 
  Según cuenta mi amigo, el sobrinete bajó al parque como una flecha,
  orgulloso de su prenda, con la ilusión que en esas cosas sólo puede poner
  una criatura. A los diez minutos subió descompuesto, avergonzado, a
  cambiarse de ropa. El tío fue a verlo a su habitación, y allí estaba el
  chiquillo, al filo de las lágrimas y con la camiseta arrugada en un rincón.
  «Me han dicho que si soy facha o qué», fue el comentario.
   
 ¡Siete años!, señoras y caballeros. La criatura. Y no en el País Vasco, ni
  en Cataluña, ni en Galicia. ¡En la Manga del Mar Menor! provincia de
  Murcia.

 
  Casualmente, y sólo una semana después de que me contaran esa edificante
  historia infantil, otro amigo, Carlos, gerente de un importante club
  náutico de la zona, me confiaba que ya no encarga polos deportivos para sus
  regatistas con el tradicional filetillo de la bandera española en las
  mangas y en el cuello. «En las competiciones con clubs de otras autonomías
  –explicó– están mal vistos.»
  Dirán algunos que, tal y como anda el asunto, podríamos mandar a tomar por
  saco ese viejo trapo (nuestra bandera) y hacer uno distinto.
 
  Al fin y al cabo sólo existe desde hace dos siglos y medio. Podríamos
  encargarle una bandera nueva, más actual, a Mariscal, a Alberto Corazón, a
  Victorio o a Lucchino. O a todos juntos. Pero es que iba a dar igual.
  Tendríamos las mismas aunque pusiéramos una de color rosa con un mechero
  Bic, un arpa y la niña de los Simpson en el centro; y en las carreteras, el
  borreguito de Norit en vez del toro de Osborne.
 
  El problema no es la bandera, ni el toro, sino la puta que nos parió.
 
  A todos nosotros.
 
  A los ciudadanos de este país de mierda.

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