Estudiosos de la Gran Depresión de los años treinta coinciden en que la austeridad es el camino equivocado

La multitud siguiendo el crash de 1929 en Wallo Street. Getty Images)FERNANDO VICENTE
Pese a lo que pudiera parecer escuchando los mensajes políticos, tanto en Europa como en EEUU, los economistas están de acuerdo en que el déficit público es necesario.
Que ante una situación de hundimiento del consumo y de la inversión
privada, la inversión pública, o el gasto, debe saltar al ruedo. "El
primer y más importante paralelismo entre la Gran Depresión de los años
treinta y la crisis actual es el regreso de la creencia convencional de
que no tenemos otra alternativa que apoyarnos en medidas de austeridad
para pagar nuestras deudas", dice el director del Bologna Institute for
Policy Research de la estadounidense Johns Hopkins University, Erik
Jones. Una creencia que es evidente, señala, "tanto en la eurozona, y
particularmente en Alemania, como fuera de ella en el Reino Unido". Una
creencia cuya consecuencia en ambas zonas "es una reducción del
crecimiento que hace más difícil, y no más fácil, pagar las deudas".
Algunos, incluso, van más allá, como el historiador económico James Livingston, que el pasado miércoles, cuando el mundo esperaba lo que pudiera salir de la cumbre de Bruselas, acompañó el desayuno de los estadounidenses más influyentes con un artículo en The New York Times titulado "Es el consumo, estúpido". En él afirma, con los datos económicos desde 1900 hasta 2000 en la mano, que "utilizar los beneficios empresariales para aumentar productividad y producción no conlleva crecimiento económico. El endeudamiento por consumo y el gasto público, sí". Su conclusión, para disgusto de los expertos que redactan el programa económico de Mariano Rajoy, es pues que "oiremos a los políticos insistir en que más incentivos para los inversores privados bajar impuestos a los beneficios empresariales implicará un crecimiento más rápido y equilibrado. La historia demuestra que es falso".
Así pues, a ambos lados del Atlántico y desde distintas tendencias ideológicas el acuerdo entre los economistas parece casi unánime, obsesionarse con la contención del gasto público para reducir el déficit no servirá para salir de la crisis, más bien al contrario. Incluso entre aquellos economistas que en principio parecerían ser defensores a ultranza de la contención se encuentran matices. Es el caso del noruego y premio Nobel de Economía 2004, Finn E. Kydland: "El problema de las soluciones que apuestan por el gasto es que son de muy corto plazo. Lo más probable es que cuando se terminen la gente no pueda conservar su empleo". Y haciendo una referencia directa al caso español, añade: "Tiene mucho más sentido, por poner un ejemplo, formar a los trabajadores de la construcción sin empleo para que a largo plazo lo tengan en otros sectores".
En definitiva, gasto público sí, ¿pero en qué? Esa sí que es una cuestión en la que ya no hay tanta coincidencia. El escritor británico Oscar Wilde definía a un cínico como aquel que se sabía el precio de todo y el valor de nada. Una cita con la que el catedrático de Economía de la barcelonesa Pompeu Fabra, José García Montalvo, coincidiría a pies juntillas cuando dice que la clave no está en el efecto inmediato de la inversión sobre el empleo: "No hay que ser tan economicista y analizar si el multiplicador de una inversión es más o menos alto, sino tener en cuenta sus externalidades, sobre todo desde el punto de vista social". Y añade: "Hay que encontrar oportunidades de inversión que sean rentables socialmente". Así que para él no hay ninguna duda, "hay que aumentar la inversión en educación". Un comentario con el que, como hemos visto, Kydland esté posiblemente de acuerdo.
Algunos, incluso, van más allá, como el historiador económico James Livingston, que el pasado miércoles, cuando el mundo esperaba lo que pudiera salir de la cumbre de Bruselas, acompañó el desayuno de los estadounidenses más influyentes con un artículo en The New York Times titulado "Es el consumo, estúpido". En él afirma, con los datos económicos desde 1900 hasta 2000 en la mano, que "utilizar los beneficios empresariales para aumentar productividad y producción no conlleva crecimiento económico. El endeudamiento por consumo y el gasto público, sí". Su conclusión, para disgusto de los expertos que redactan el programa económico de Mariano Rajoy, es pues que "oiremos a los políticos insistir en que más incentivos para los inversores privados bajar impuestos a los beneficios empresariales implicará un crecimiento más rápido y equilibrado. La historia demuestra que es falso".
En 1929 se actuó tarde por ignorancia y ahora, por falta de voluntad política
Aquí,
en España, el también historiador económico y premio Rey Juan Carlos de
Economía, Gabriel Tortella coincide: "Hoy, los economistas sabemos
mucho más sobre las crisis que cuando la Gran Depresión de los años
treinta. Aunque discutamos y no estemos de acuerdo, sí se sabe que el
santo temor al déficit del siglo XIX está ya superado. La discusión es
el tamaño de déficit deseable, no si tiene que haberlo". Como Erik
Jones, el economista crítico y catedrático de Economía Internacional
Ángel María Martínez González Tablas, también considera que "una de las
similitudes más preocupantes" con la Gran Depresión "es la miopía y la torpeza con que se está interviniendo.
Está sobradamente estudiado como en los años treinta los poderes
públicos tardaron en entender lo que había que hacer y tardaron en
hacerlo. Y ahora están tardando en intervenir e interviniendo mal". Y
tiene clara su conclusión: "¿Qué es lo prioritario, el déficit, o el
nivel de actividad, el empleo, y la necesidad de coordinarnos para
conseguirlo? Hay que estimular la demanda, aunque sea a costa de crecer
algo el déficit público". Así pues, a ambos lados del Atlántico y desde distintas tendencias ideológicas el acuerdo entre los economistas parece casi unánime, obsesionarse con la contención del gasto público para reducir el déficit no servirá para salir de la crisis, más bien al contrario. Incluso entre aquellos economistas que en principio parecerían ser defensores a ultranza de la contención se encuentran matices. Es el caso del noruego y premio Nobel de Economía 2004, Finn E. Kydland: "El problema de las soluciones que apuestan por el gasto es que son de muy corto plazo. Lo más probable es que cuando se terminen la gente no pueda conservar su empleo". Y haciendo una referencia directa al caso español, añade: "Tiene mucho más sentido, por poner un ejemplo, formar a los trabajadores de la construcción sin empleo para que a largo plazo lo tengan en otros sectores".
En definitiva, gasto público sí, ¿pero en qué? Esa sí que es una cuestión en la que ya no hay tanta coincidencia. El escritor británico Oscar Wilde definía a un cínico como aquel que se sabía el precio de todo y el valor de nada. Una cita con la que el catedrático de Economía de la barcelonesa Pompeu Fabra, José García Montalvo, coincidiría a pies juntillas cuando dice que la clave no está en el efecto inmediato de la inversión sobre el empleo: "No hay que ser tan economicista y analizar si el multiplicador de una inversión es más o menos alto, sino tener en cuenta sus externalidades, sobre todo desde el punto de vista social". Y añade: "Hay que encontrar oportunidades de inversión que sean rentables socialmente". Así que para él no hay ninguna duda, "hay que aumentar la inversión en educación". Un comentario con el que, como hemos visto, Kydland esté posiblemente de acuerdo.
Estimular la demanda es bueno, aunque genere défict público
A
la vista de las divisiones escenificadas en Bruselas, pocos son los que
creen que las enseñanzas básicas de las sucesivas crisis de la
historia, y en especial las de la Gran Depresión, hayan calado entre los
dirigentes europeos, y menos aún entre los alemanes. "La Gran Depresión
fue causada fundamentalmente por la falta de voluntad intelectual (los
que estaban al mando simplemente no comprendían el funcionamiento de la
economía). Hoy, el riesgo es que la falta de voluntad política nos lleve a un cataclismo" concluye en su último artículo el premio Pulitzer de Historia Liaquat Ahamed.
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